Hace unos días, mi amiga
Cristina vino a casa a tomar café, pasamos un buen rato hablando de nuestras
cosas, me gusto su visita, no nos quejamos de hombres, ni de niños, ni de la
vida… solo hablamos de nosotras. Fue media horita o puede ser que algo más o quizá
mucho más, pero a mí se me hizo corto.
Cuantas veces nos
sentamos con amigas y buscamos su compañía solamente por el placer de estar
acompañadas, de compartir momentos y silencios…
No os asustéis, yo no sé
filosofar.
Pero de eso va este blog,
del silencio, de la virtud de escuchar, de esas personas que sin compartir
nuestras ideas evitan el juzgarnos y nos ayudan simplemente por el hecho de
escucharnos, por su compañía, por su compresión no hacia nuestras ideas sino hacia
nuestra situación.
Son personas discretas que
prefieren no destacar, pasan desapercibidas haciendo mucho más bien del que se
pueden imaginar.
Ayer, mi Pepe y yo
salimos a pasear, hacia una noche estupenda, habíamos pasado el día con los
niños y entre ordenar habitación, entre parque, entre cuentos, entre comidas y
cenas, se nos había pasado el día. Nos
faltaba después de todo “un poquito de nosotros”.
El cielo estaba
estrellado y las calles medio vacías. Hablamos de muchas cosas pero también
paseamos en silencio, sintiendo gusto por estar juntos, disfrutando de la
noche, de la tranquilidad y de nuestro pequeño tiempo de intimidad. Reconozco
que yo no quería regresar.
Después de tantos años
juntos, compartimos silencios y guardamos pensamientos, no nos juzgamos y… más
o menos… nos comprendemos.
Son estos momentos, son
estas amigas, son estas personas, que comparten su tiempo sin juzgar, silencios
que no incomodan, sonrisas que te ayudan a olvidar, las que consiguen sin darse
cuenta, sin proponérselo pero con gran eficacia que no solo no perdamos el
gusto por la vida, sino que deseemos con todas nuestras ganas el seguir
compartiendo, riendo, soñando…. Viviendo.